EL ORO REFINADO DE LA ENSEÑANZA ORAL
CONCERNIENTE A LA PRÁCTICA DE LA VISIÓN, MEDITACIÓN Y CONDUCTA DE ACUERDO AL MAHAMUDRA

por Kunga Tenzin (1680-1728), maestro Drukpa Kagyü y Nyingmapa


Homenaje al Guru Prabhakara,
maestro del linaje Drukpa, unión de todos los refugios liberadores,
a quien en una condición de no separación invoco ahora.
A ti, que deseas establecer una buena conexión con las enseñanzas,
te las explicaré seguidamente con unas pocas palabras del corazón.

Ahora que has alcanzado un cuerpo humano,
el hecho de mantener los tres votos es algo muy precioso.
Si no te dedicas a llevar a la práctica las enseñanzas perfectamente puras
durante esta vida, en la que has alcanzado un cuerpo semejante,
tal vez no obtengas un cuerpo similar en el futuro.
Así pues, durante la vida presente, practica circunvalaciones y postraciones.

La muerte, el enemigo, el abrazo feroz del señor Yama,
carece de un momento concreto para alcanzarte
y, mientras aún estás pensando “Pondré en práctica estas enseñanzas”,
la muerte te sobreviene.
Por tanto, a partir de ahora, abandona la negatividad y practica la virtud.

El mero hecho de oír hablar sobre el sufrimiento
de los tres estados miserables de existencia,
hace que el corazón se ponga a temblar.
¿Qué harás entonces cuando ese sufrimiento te alcance realmente?
Reflexionando de ese modo, evita la negatividad como si fuese veneno.
Las Tres Joyas tienen el poder de conferir refugio
de la condición del implacable sufrimiento de la trasmigración.
Por tanto, en perfecta unión, 
debes invocarlas desde lo más profundo del corazón.

Piensa que los seres de los seis estados de existencia son tus madres
y que, a  lo largo de la secuencia de incontables vidas pasadas,
todos han sido tus padres.
Dado que ahora son ellos los que están padeciendo 
esa condición de transmigración,
dedica a su completo beneficio todas las prácticas que lleves a cabo.

Entonces visualiza a tu maestro encima de tu cabeza,
de aspecto señorial y adornado con los signos de esa condición
e invócale con fervor desde lo más profundo de tu corazón.
Después se disuelve en luz y se integra con tu propia conciencia.

Sin corregir esa condición, observa la mente.
Obsérvala vaya donde vaya,
Externa, internamente y cuando no se manifiesta.
Permanece, sin corregir nada, en esa condición natural de la mente.

No puede afirmarse que la mente existe,
pues carece de substancia.
Y, sin embargo, tampoco podemos decir que no existe,
pues se manifiesta sin cesar.
A veces la mente está quieta, y otras se mueve.
Obsérvala continuamente con atención.

La esencia vacía de la mente
es Amitabha, la mente del Dharmakaya;
La naturaleza luminosa y clara de la mente
es Avalokiteshavara, la mente del Sambhogakaya;
Todos los pensamientos que emergen en la mente
son Padmasambhava, la mente del Nirmanakaya.

Con independencia de los pensamientos e impulsos, 
vinculados a los cinco venenos,
que se manifiesten en la mente,
si logras reconocer su naturaleza 
son, en sí mismos, los budas de las cinco familias.

Si la mente es clara, observa la esencia de esa claridad.
Esto es Mahamudra, la unión de vacuidad y claridad.

Si la mente es gozosa, observa la esencia de ese placer.
Esto es Atiyoga, la unión de gozo y vacuidad.

Si la mente está vacía, observa la faz del vacío,
esto es Mahamadhyamaka, la unión de vacuidad y reconocimiento.

Si la mente está temerosa, observa la esencia de aquel que tiene miedo.
Ésta es la sagrada enseñanza del Chöd.

Si percibes que la mente carece de substancia,
eso es la Prajñaparamita, la vacuidad de la mente.

Ya sea que te muevas o estés quieto, observa la mente.
Entonces quietud y movimiento
se transforman en la verdadera práctica de circunvalación.

Mientras comes o bebes, observa la mente.
Entonces comer y beber se convierten en puro Ganachakra.

Mientras estés acostado o durmiendo, observa la mente.
De ese modo, dormir se transforma en la práctica de la clara luz.

Mientras efectúas las profundas prácticas de mantra y visualización,
el profundo significado radica en la observación de la mente.

Si aspiras a disipar a demonios y obstáculos,
sólo lo conseguirás observando la mente.

En el momento presente, puedes pensar sobre lo que te plazca
pero, en última instancia, permanece en contemplación hasta tu muerte.
No caigas en la distracción de las charlas y escenas de la gente ordinaria,
de los hechos y acciones que atraen a la mente.

Ésta es la práctica esencial de la contemplación profunda.
No la olvides y mantén, en cambio, una clara presencia.
Gobiérnate a ti mismo gracias al poder de dicha presencia
y te convertirás poco a poco en tu propio maestro.

Familiarízate con la práctica de la contemplación.
Si, de ese modo, incrementas su duración,
después su continuidad ya no se verá interrumpida
ni permanecerá confinada a períodos determinados.

¡Qué signo tan auspicioso es
que la contemplación fluya de manera incesante
como la poderosa corriente de un río!


Esta enseñanza oral, cual oro refinado, del Khams pa ngag dbang Kundga ‘bstan ‘dzin dge legs dial bzang po, reencarnación de Karma bstan ‘phel, fue expuesta de ese modo para sus discípulos afortunados, tanto monjes como laicos, tanto mujeres como hombres.




CANTO DEL MAHAMUDRA

Puesto que en la visión del Mahamudra 
no se aplica el análisis,
permite que el conocimiento fabricado artificialmente 
se desvanezca por sí solo.

Puesto que en la meditación del Mahamudra 
no existe fijación sobre ningún pensamiento,
abandona toda meditación deliberada.

Puesto que en la actividad del Mahamudra
no hay puntos de referencia para ninguna acción,
permanece libre de la intención de actuar o no actuar.

Puesto que en el fruto del Mahamudra
no se produce ninguna nueva realización que cosechar,
deja que esperanzas, temores y deseos se disuelvan por sí mismos.

Esta es la profundidad de la mente de todos los Kagyüs.

Jamgön Kongtrül Lodrö Thaye (1813-1899)



PALABRAS Y SILENCIOS

La ética, afirma la filosofía moderna, es autónoma. Uno no hace el bien para conseguir otra cosa, por ejemplo, un lugar en el cielo o una mejor reencarnación, sino porque el bien es, en sí mismo, suficiente recompensa. De modo similar, el dolor puede ser o no una purificación que, como sostienen algunos sistemas religiosos, nos conducirá a una felicidad mayor, sino que simplemente es dolor. Debemos aceptarlo como tal, sin el adorno de una vaga esperanza, de una fantasía metafísica. La muerte puede que suponga o no el final de todo y, sin embargo, debemos asumirla tal como es, es decir, como una absoluta incógnita.
Cualquier otra actitud no es sino una negación de la muerte y del dolor y, lo que es peor, de la realidad. En cualquier caso, es imposible entablar un auténtico diálogo, de tú a tú, con alguien que niega la realidad. Negar la realidad deliberadamente tal vez sea la peor de las locuras o de las cobardías. En lugar de apresurarnos a mitigar nuestra inquietud y procurarnos una falsa seguridad con palabras propias o ajenas, sagradas o profanas, creo que sería mejor afrontar ese tipo de experiencias —es decir, el dolor, la pérdida, el desconsuelo— desde el más profundo silencio. Hay que acostumbrarse al silencio porque no todas las preguntas que nos formulamos con palabras, pueden ser respondidas igualmente con palabras. Es obvio que despreciamos el silencio. Nos da miedo. El mundo debe ser interpretado de continuo. La muerte tiene que ser interpretada. Las emociones tienen que ser clasificadas. Las experiencias han de ser juzgadas. Todo debe tener un sentido, pero el sentido de las cosas, si es que tienen alguno, no está en ellas mismas, sino en aquel que las interpreta y las dota de significado.
¿Qué es la muerte? ¿Por qué existe el mal y el sufrimiento? ¿Quién soy? Son preguntas que, al parecer, no pueden responder todos los libros escritos por los seres humanos a lo largo de la historia. De hecho, las mismas preguntas siguen tan vigentes hoy en día como hace dos mil quinientos años, cuando los filósofos griegos comenzaron a inquirir por la naturaleza de todas las cosas o Lao Tzu escribió su conciso y celebérrimo Tao-te-ching, más o menos en la misma época en que, sentado bajo el ficus sagrado, el Buda descubría que la causa del sufrimiento es el apego y el rechazo generados por la ignorancia de la verdadera naturaleza de la realidad. El Buda fue célebre por su silencio ante determinadas cuestiones metafísicas (el universo es eterno o no, ¿existe vida más allá de la muerte, etcétera), cuya respuesta no sólo consideraba imposible sino superflua a la hora de resolver la cuestión del sufrimiento. Sin embargo, el silencio del Buda no era producto de su desconocimiento sino de la práctica de la meditación.
Y es que, al igual que ocurre con la bondad, la meditación es su propio premio. En ese sentido, lo que verdaderamente importa no es el objeto de meditación en sí, sino la claridad y la calidad de nuestra atención, el reconocimiento de lo que estamos haciendo, la precisión en nuestros actos, pensamientos y sentimientos. De hecho, los objetos meditativos son muy variados. De ese modo, según el budismo, primeramente se comienza estabilizando y tranquilizando la mente con cualquier objeto meditativo —respiración, visualización, etcétera—, pero luego también se presta atención a la conciencia que se concentra en dicho objeto.
Es importante no perder el contacto con las propias sensaciones, emociones, experiencias, entorno, prójimo, etcétera, ya que cualquier otra cosa sería alienación. No podemos rechazar unas sensaciones en detrimento de otras porque les asignemos la etiqueta de “negativas”, “poco virtuosas”, etcétera. No podemos perder el contacto con lo que somos en aras de una imagen ideal y fantástica de lo que podemos ser puesto que, entonces, la falta de pies con los que apoyarnos en el suelo, nos impedirá alzarnos hacia el cielo que, supuestamente, tanto anhelamos.
También es necesario honrar de algún modo la inseguridad, la imprevisibilidad y la incertidumbre. La duda está por encima de todo. Hay que dudar, sostienen los místicos, hasta de Dios porque, como recoge el Corán, él es el mejor de los tramposos.



VERSOS VAJRA DE LA DAKINI NIGUMA 
SOBRE EL MAHAMUDRA QUE LIBERA ESPONTÁNEAMENTE

Me postro ante la naturaleza de la mente,
la joya que colma todos los deseos.

Deseando alcanzar la perfecta iluminación
visualiza tu cuerpo claramente como la deidad
para purificar los pensamientos ordinarios.
Desarrolla la noble intención de ayudar a los demás
y genera pura devoción hacia tu maestro espiritual.

No repares demasiado en tu maestro espiritual o en la deidad.
No suscites nada en la mente, ya sea real o imaginado.
Reposa sin artificialidad en el estado natural.

Tu propia mente, inalterada, es el cuerpo de la iluminación última.
Permanecer sin distracción en esto
constituye el punto esencial de la meditación.
Realiza el gran e ilimitado estado de expansión.

Miríadas de pensamientos de deseo y aversión
te impelen al océano de la existencia.
Empuña la afilada espada del estado no nacido
y corta a través de su carencia de naturaleza intrínseca.
Cuando cortas la raíz de un árbol,
sus ramas dejan de crecer.

Sobre el océano resplandeciente,
las burbujas emergen y se disuelven de nuevo en el agua.
De igual modo, los pensamientos no son sino la naturaleza de la realidad:
no los consideres como faltas. Relájate.

Si no te apegas a lo que aparece,
todo lo que surge se libera por sí mismo en su propia base.

Apariencias, sonidos y fenómenos son tu propia mente.
No existe fenómeno alguno aparte de la mente.
La mente está libre de nacimiento, cesación y formulación.

Los que conocen la naturaleza de la mente
disfrutan de los placeres de los cinco sentidos
pero no se desvían de la naturaleza de la realidad.
En una isla de oro,
no busques en vano tierra y piedras.

En la ecuanimidad de la gran expansión absoluta
no hay aceptación ni rechazo,
como tampoco estados de meditación o postmeditación.

Si lo realizas,
ese estado se halla espontáneamente presente,
satisfaciendo las esperanzas de los seres
como la joya que colma todos los deseos.

Los individuos con niveles de capacidad superior, medio o común,
deben aprender esto en etapas adecuadas a su comprensión.

[Timeless Rapture: Inspired Verses of the Shangpa Masters, compilado por Jamgon Kongtrul, pp. 47-48.]

LA JOYA DEL CORAZÓN DE LOS AFORTUNADOS
Consejo personal de Dudjom Rimpoche sobre la práctica del dzogchen

.
¡Homenaje a mi maestro!

El Gran Maestro de Oddiyana dijo en cierta ocasión:
No investigues la raíz de las cosas,
investiga la raíz de la mente.
Una vez que hayas encontrado la raíz de la mente,
conocerás una sola cosa y, no obstante, 
serás capaz de liberarlo todo.
Pero, si no logras encontrar la raíz de la mente,
puedes conocerlo todo, pero no conocerás nada.
    
Cuando comiences a meditar sobre la mente, siéntate con el cuerpo recto, permitiendo que la respiración fluya de manera natural. Mira el espacio que hay ante ti con los ojos ni completamente cerrados ni demasiado abiertos. Piensa que, por el bien de todos los seres que han sido tus madres, vas a contemplar la conciencia, el rostro de Samantabhadra. Ruega fervorosamente a tu maestro raíz, que es inseparable de Padmasambhava, el Guru de Oddiyana, y luego mezcla tu mente con la suya. Asiéntate en un estado meditativo equilibrado.

Sin embargo, una vez que hayas asentado tu mente, no permanecerás demasiado tiempo en ese estado vacío y claro de conciencia pura y prístina. Tu mente empezará a moverse y agitarse. De manera inquieta, correrá, como un mono, de aquí para allá, por todas partes. Lo que estás experimentando en ese momento no es la naturaleza de la mente, sino tan sólo la de los pensamientos. Si te apegas a ellos y los sigues, te descubrirás recordando todo tipo de cosas, pensando en todo tipo de necesidades, planeando toda clase de actividades. Es, precisamente, ese tipo de actividad mental el que te ha arrojado al oscuro océano del samsara en el pasado, y no hay duda de que lo seguirá haciendo en el futuro. Sería mucho mejor que redujeses la continua proliferación de tus pensamientos engañosos.

¿Qué ocurriría si pudieses liberarte de la cadena de los pensamientos? ¿Cómo es la conciencia pura y prístina? ¡Es vacía, clara, ligera, libre, gozosa! No está limitada ni condicionada siquiera por sus propios atributos. No hay nada que no abrace en el conjunto de samsara y nirvana. Desde tiempos sin principio, reside de manera innata en nuestro interior. Pero, si bien nunca hemos carecido de ella, está totalmente más allá del alcance de nuestra acción, esfuerzo e imaginación.

¿Pero cómo se reconoce —te preguntarás— la conciencia pura y prístina, el rostro de rigpa? Aunque lo experimentes, sencillamente no podrás describirlo. ¡Es como un mudo tratando de describir sus sueños! Es imposible distinguir entre uno mismo descansado en la conciencia pura y prístina y la conciencia que uno experimenta. Cuando reposas de manera natural y sin artificios en el estado ilimitado de la conciencia pura y prístina, todos los pensamientos molestos y veloces que no permanecen quietos ni un instante —todas esas memorias y planes que te causan tantos problemas— pierden su poder, se diluyen en el espacioso y despejado cielo de la conciencia. Se quiebran, se desmoronan y desaparecen. Toda su fuerza desaparece en la conciencia pura y prístina.

Realmente esa conciencia pura y prístina reside en tu interior. Es la sabiduría clara y desnuda del dharmakaya. Pero, ¿quién puede introducirte a ella? ¿En qué debes asentarte? ¿Cuál es la confianza que debes albergar? Para empezar, es el maestro el que te muestra el estado de la pura y clara conciencia. Y, una vez que lo reconoces por ti mismo, entonces has sido introducido a tu propia naturaleza. Todas las apariencias de samsara y nirvana no son más que el despliegue de tu propia conciencia. Deposita tu confianza solamente en la clara y pura conciencia. Al igual que las olas que emergen del mar se hunden de nuevo en él, todos los pensamientos que aparecen en la conciencia pura y prístina desaparecen de nuevo en ella. Convéncete de su disolución, y así te hallarás en un estado totalmente libre tanto del meditador como del objeto de meditación: más allá completamente de la mente que medita.

«Ah, en ese caso —podrías pensar—, no hay necesidad alguna de meditar». ¡Bien, puedo asegurarte que la meditación es indispensable! El mero reconocimiento de la conciencia pura y prístina no te liberará. A lo largo de todas tus vidas desde el tiempo sin principio, te has visto envuelto en creencias falsas y hábitos engañosos. Desde entonces hasta ahora has malgastado cada momento como un mísero y patético esclavo de tus pensamientos! Y, cuando mueras, no se sabe a ciencia cierta a dónde te dirigirás. Seguirás tu karma y sufrirás en consecuencia. Esta es la razón por la que debes meditar, para preservar de manera continua el estado de pura y clara conciencia al que has sido introducido. El omnisciente Longchenpa dijo: «Puedes reconocer tu propia naturaleza pero, si no meditas y te familiarizas con ella, serás como un recién nacido abandonado en un campo de batalla. Te verás arrastrado por el enemigo, el ejército hostil de tus propios pensamientos!» En términos generales, meditación quiere decir familiarizarse con el estado en el que reposamos en la naturaleza primordial y libre de elaboraciones, a través de la atención espontánea, constante y natural. Significa acostumbrarse a permanecer en el estado desnudo de la conciencia pura y prístina, despojado de cualquier distracción y apego.

¿Pero cómo nos acostumbramos a morar en la naturaleza de la mente? Cuando surjan pensamientos mientras estés meditando, déjalos surgir; no hay necesidad de que los consideres tus enemigos. Si aparecen, relájate en su emergencia. Por otra parte, cuando no hay pensamientos, no mantengas expectativa alguna sobre si aparecerán o no. Sencillamente reposa en la ausencia de pensamientos. Durante la meditación, cuando aparecen de repente pensamientos evidentes y bien definidos, resulta fácil reconocerlos. Pero, cuando hay pensamientos más sutiles, es difícil darse cuenta de su presencia hasta mucho después. Eso se denomina, en tibetano, namtok wogyu o corriente subterránea de distracción mental. Es el ladrón de tu meditación, así que es importante que mantengas una estrecha vigilancia al respecto. Si puedes permanecer atento de manera constante, tanto en la meditación como después de ella —mientras comes, duermes, caminas o estás sentado—, se trata justamente de eso. Estás en el punto correcto.

El gran maestro, Guru Rinpoche, dijo:

Cien cosas se pueden explicar, mil se pueden decir, 
pero sólo una debes entender:
Conoce una sola cosa y lo liberarás todo.
¡Permanece en tu naturaleza interior,
tu conciencia pura y prístina!

También se dice que, si no meditas, no encontrarás la certeza, y que, si lo haces, la alcanzarás. Pero, ¿de qué tipo de certeza estamos hablando? Si meditas con un esfuerzo decidido y gozoso, aparecerán signos que evidenciarán que te has acostumbrado a permanecer en tu propia naturaleza. Se aflojará gradualmente el feroz aferramiento que experimentas hacia los fenómenos duales, y tu obsesión con la felicidad y el sufrimiento, las esperanzas y temores, irá debilitándose poco a poco, al tiempo que crecerá tu devoción hacia el maestro y tu confianza sincera en sus instrucciones. Después de un tiempo, se evaporará tu tensa actitud dualista y llegarás a un punto donde el oro y las piedras, la comida y la suciedad, los dioses y demonios, la virtud y la no-virtud, serán lo mismo para ti, incapaz de decidir entre paraíso y infierno. Pero, hasta que llegues a ese punto (mientras todavía estés atrapado en las experiencias de la percepción dual), virtud y no-virtud, paraísos búdicos e infiernos, felicidad y dolor, acciones y resultados: todo eso es real para ti. Como dijo el Gran Guru: «Mi visión es más alta que el cielo, pero mi atención a las acciones y sus resultados es más fina que la harina».

Así que no vayas por ahí presumiendo de que eres un gran meditador dzogchen cuando, de hecho, ¡no eres más que un patán flatulento que apesta a alcohol y deseo!

Es esencial que albergues un fundamento estable de devoción pura y samaya, unidos a un esfuerzo constante, gozoso y bien equilibrado, ni demasiado tenso ni demasiado laxo. Si eres capaz de meditar apartándote completamente de las actividades y preocupaciones de esta vida, no cabe duda de que alcanzarás las extraordinarias cualidades del profundo camino del dzogchen. ¿Por qué esperar a vidas futuras? Puedes conquistar la ciudadela primordial ahora, en este mismo instante.

Este consejo es la sangre de mi corazón. Mantenlo contigo y nunca lo olvides.


Dudjom Rinpoche

Extraído de Counsels from My Heart,
de Dudjom Rinpoche,
Shambhala: Boston, 2001.



EL CÁNTICO DEL MAHAMUDRA DEL MAHASIDDHA SARAHA

¡Homenaje a Sri Vajradakini. Homenaje a la unión innata de Gnosis y Gran Gozo!

Esta exposición se subdivide en tres secciones: Mahamudra de la base, el sendero y el fruto.


I. LA BASE DEL MAHAMUDRA

A. Establecimiento de la comprensión de la realidad

Ser y no-ser, apariencia y vacuidad, movimiento y quietud, realidad e irrealidad: nada se aparta jamás de la naturaleza original similar al espacio.

Al definir la Realidad Última (dharmata) como la naturaleza similar al espacio, debemos entender que el hecho de que sea como el espacio significa que no posee naturaleza intrínseca en absoluto. Está completamente más allá de la cosificación y más allá de todos los conceptos tales como “es” o no es”, “es y no es” o “ni es ni no es”. No podemos establecer distinción alguna entre “espacio”, “mente” y “Realidad Última”, pues ese tipo de términos no son sino meras designaciones y conceptos. Todas las cosas son de la misma naturaleza que nuestra propia mente y no existe ni un átomo aparte de ella. Aquellos que ven que, desde el mismo principio, no ha existido nada sino la mente alcanzan la realización de los Budas de los tres tiempos.

Aunque el Mahamudra es la Fuente de los Fenómenos (dharmadhatu), no constituye, en sí mismo, un fenómeno mundano sino que es, desde el mismo principio, el estado original innato (sahaja). Es imposible señalar a esa naturaleza original, ya que es inefable y no puede ser comprendida de modo dual. Si tuviese un “poseedor”, entonces, habría algo que podría ser “poseído”. Pero, si desde el principio nunca ha habido un “yo”, ¿qué objeto podría poseer entonces? Si la mente tuviese realidad objetiva, capaz de “poseer”, también existiría una cosa objetiva real. Pero, dado que la mente no es un objeto, ¿quién puede proclamar que es su dueño? La mente y los objetos mentales no son objetos externos de percepción y tampoco podemos deducir que haya una persona [separada de la mente] que sea capaz de “verla” o de “poseerla”.

Dado que no existe en los tres tiempos, ni surge ni cesa de ser, el estado natural del Gran Gozo jamás experimenta cambio alguno. Así pues, sabe que la totalidad de las apariencias son el dharmakaya, que los seres son Budas y que todas las situaciones y experiencias no son, desde el mismo principio, sino la “Fuente Absoluta” (dharmadhatu). Por ese motivo, todo lo que podemos identificar conceptualmente es tan irreal como los cuernos de una liebre.


B. Explicación del modo en que se extravían los seres

¡Ay! A pesar de hallarse tapados por las nubes y de que sólo existe oscuridad para los ciegos, los rayos del sol nunca dejan de brillar. El estado espontáneo no nacido (sahaja) es omnipresente. No obstante, para quienes permanecen engañados parece algo muy lejano. Puesto que los seres no reconocen que la mente no es una entidad separada, oscurecen su naturaleza original permaneciendo atrapados en la percepción discursiva y conceptual. De ese modo, como alguien que enloquece al ser “poseído” por un demonio, quienes están poseídos por el gran demonio de la solidez sufren enormemente, sin poder ni propósito alguno. Creyendo en la realidad separada de los fenómenos, esos seres extraviados acaban siendo prisioneros de las visiones de la actividad mental. De ellos se dice que “encierran al dueño en la casa y van a buscarlo a otro lugar”. En otras palabras, creen que sus propias proyecciones son reales. Y, aunque deberían cortarlas de raíz, acaban enredándose con los adornos de ramas y hojas. De ese modo, con independencia de lo que hagan, no comprenden que están engañándose a sí mismos.


C. Cómo alcanzan la realización los yoguis

¡Oh maravilla! Aunque los seres poco desarrollados no reconocen su verdadera naturaleza, nunca se apartan de ella. Ésa es mi comprensión. Dado que he realizado que la verdadera naturaleza carece de principio y final, sólo me contemplo a mí mismo. Sin embargo, eso no significa que lo vea como una entidad que yo esté observando porque no hay observador ni observado: la realidad es inefable y, puesto que es inefable, ¿quién hay que pueda verla?

Cuando comprendas que la naturaleza de la mente es inmutable, alcanzarás la misma realización que yo, el yogui-eremita, he obtenido. La leche de una leona de las nieves no es adecuada para ser albergada en un recipiente de calidad inferior. Y, aunque el tímido ciervo se siente asustado cuando escucha el rugido del león en el bosque, el cachorro de león se regocija. De igual modo, cuando se experimenta el gozo original innato, los seres inmaduros, perdidos en la ignorancia, se asustan, pero los afortunados se sienten exultantes y el vello de su cuerpo se les eriza a causa de la devoción.


II. LOS TRES ASPECTOS DEL SENDERO DEL MAHAMUDRA

A. Visión

¡Oh maravilla! No temas las distracciones. Tan sólo trata de mantener la atención en la mente. Si percibes la naturaleza de tu propia mente, verás que incluso una mente distraída es el Mahamudra. Todos los factores duales se liberan espontáneamente en el estado de Gran Gozo.

Podemos experimentar placer y dolor en sueños pero, al despertar, comprobamos que no tienen realidad en absoluto. Así pues, abandona la esperanza y el temor. No intentes alcanzar ni rechazar nada. Puesto que todos los fenómenos de Samsara y Nirvana están desprovistos de naturaleza propia, cualquier apego a pensamientos de esperanza o duda es, sencillamente, absurdo. ¿Qué sentido tiene el esfuerzo en aceptar o rechazar algo? Incluso las formas visibles y las vibraciones sonoras carecen de toda substancialidad y son como una ilusión mágica, un espejismo o un reflejo sobre un espejo. Y el creador de ese conjuro es la propia mente similar al espacio, cuya auténtica naturaleza carece de centro o periferia, si bien no existe nadie separado de ella que pueda comprenderla. Igual que los grandes ríos como el Ganges desembocan en el gran océano, así también la mente y los contenidos mentales tienen un solo sabor en el Dharmadhatu.

Cuando una persona observa el espacio, comprende que no tiene localización ni límites y, en consecuencia, abandona ese tipo de conceptos. Pero, cuando investigamos la mente y los fenómenos, no podemos encontrar siquiera un átomo de realidad objetiva y, del mismo modo, el observador que efectúa dicha búsqueda tampoco puede ser encontrado. ¡Una vez que se constata eso, se alcanza la realización!

Igual que el cuervo liberado desde una nave en medio del océano no encuentra nada donde posarse y debe retornar de nuevo a la nave, así la mente lanzada a la búsqueda de los deseos debe retornar finalmente y asentarse en la naturaleza inmutable de la mente en sí. Inalterable frente a los estímulos, libre de esperanza y temor, destruidas las motivaciones ocultas y cortada la raíz, ésta es la mente-vajra similar al espacio.


B. Meditación

¡Oh maravilla! La auténtica meditación es no-meditación. Permanecer en la mente misma significa, simplemente, mantener la mente ordinaria en su estado natural original, sin alterarla con ningún tipo de esfuerzo. Esta mente naturalmente clara, en la que el esfuerzo resulta innecesario, es todo lo que se requiere. Sin aferrarse a la mente, sin dejarla ir, tan sólo debemos reposar en nuestra propia naturaleza. Dado que no hay nada que obtener, la conciencia no necesita nada sobre lo que meditar. El que lo comprende trasciende tanto al meditador como al objeto-de-meditación. De igual modo que el espacio no puede convertirse en un “objeto” para el espacio, la vacuidad no puede meditar sobre la vacuidad. Esta realización última no dual es como la crema mezclada con la leche. Así pues, todo se transforma en el único sabor del incesante gozo inmutable.

Así pues, la “práctica de la meditación” significa permanecer sin esfuerzo, a lo largo de los tres tiempos, en el estado original ilimitado de la mente tal como es. Sin controlar la respiración ni reprimir la mente, descansa en dicho reconocimiento espontáneo con la alegre inocencia de un niño. Si emergen pensamientos y recuerdos, permanece en la presencia de tu propia naturaleza reconociendo que las olas no son distintas del océano.

En el Mahamudra no se controla la mente y no existe siquiera un átomo sobre el que concretar la práctica: de ahí que no exista la meditación. La suprema meditación consiste sencillamente en permanecer siempre en el estado que no puede ser practicado. El Gran Gozo no dual y espontáneo tiene un solo sabor, como el agua mezclada con agua. Así pues, cuando nos hallamos sumergidos en el estado natural, se pacifican completamente todos los pensamientos y conceptos.


C. Acción

¡Presta atención! Los yoguis que moran en la inmutable naturaleza de la no dualidad no poseen el menor deseo de aceptar o rechazar. Dado que no se apegan ni rechazan nada, no hay nada que pueda decirte, hijo mío. De igual modo que la “piedra que satisface todos los deseos” de la mente no posee una realidad objetiva, así también la conducta del yogui carece de ataduras externas. Aunque pueda hablarse de distintos estilos de conducta, el yogui actúa directamente a partir de lo que percibe. Y, puesto que no se halla limitado [por condiciones o reglas externas], su conducta es completamente libre e incondicionada. Como un niño inocente o un loco, actúa sin premeditación.

¡Oh maravilla! ¡La mente es como un loto que crece en el cieno de Samsara! A pesar de los muchos defectos de éste, permanece inmaculada. Permitid, pues, que la comida y la bebida o las aflicciones de la mente y el cuerpo sean simplemente tal como son. Ocurra lo que ocurra, no hay nada que hacer o liberar.

A partir del despliegue espontáneo de la conducta en el estado de realización, brotan naturalmente lágrimas de compasión al constatar el sufrimiento de los seres. Tomando su sufrimiento y devolviéndoles nuestra propia felicidad, nos dedicamos a sanar a los demás en su beneficio. Investigando qué es la realidad, descubrimos que está libre de la triple construcción de sujeto, objeto y la relación entre ambos. La existencia mundana es irreal; se parece a un sueño o una ilusión mágica. Libre de apego y aversión, el yogui experimenta el puro gozo vacío de sufrimiento y se comporta como un mago que lleva a cabo su truco.


III. EL FRUTO DEL MAHAMUDRA

¡Oh maravilla! En la naturaleza primordialmente clara como el espacio no hay nada que abandonar u obtener. El Mahamudra está libre de cualquier actividad mental que aspire a resultados. La mente que busca un resultado es, de hecho, no creada desde el sin principio. Así pues, no hay nada que pueda ser obtenido o perdido.

Si hubiese algo que alcanzar, ¿qué sentido tendrían entonces los cuatro sellos de la enseñanza? Igual que el ciervo consumido por la sed puede correr en pos de un espejismo, así también aquello que, arrastradas por el deseo, buscan las personas confusas, está más allá de su alcance.

[Los cuatro sellos se refieren al hecho de que (1) todas las cosas condicionadas son transitorias, (2) todo lo maculado es sufrimiento, (3) lo que está más allá del sufrimiento es el la paz del Nirvana y (4) todas las cosas están vacías y carecen de un yo]

El estado original increado es puro desde el principio. Cuando se purifica la mente conceptual que crea distinciones, entonces, emerge espontáneamente como Vajradhara (“la naturaleza absoluta”) en la base de la realidad.

De igual modo que un espejismo en el desierto sugiere la presencia de agua donde no la hay, la mente que construye lo irreal debe purificarse en su naturaleza original. Como la gema que concede todos los deseos (cintamani), cumple todo lo que se requiere mediante la pura intención.


COLOFÓN

Así concluye el Dohakosa que revela la secreta instrucción del Mahamudra emanada de la palabra del glorioso yogui-eremita, Saraha. Fue traducido al tibetano por el pandita indio Vairocanaraksita.




EL CORAZÓN DE LA SABIDURÍA

El corazón de la sabiduría no se refiere tanto a las enseñanzas comunes de los místicos de todas las épocas, los rasgos generales compartidos por las grandes tradiciones religiosas, el núcleo interno de las religiones o la denominada Tradición Unánime, como a aquello que se ha dado en definir como el conocimiento que, una vez conocido, permite conocerlo todo. Los sabios tradicionales y los místicos así como los filósofos e incluso los científicos, han buscado y siguen buscando la piedra angular de la sabiduría o el conocimiento infalible sobre el que asentar el resto de conocimientos.


Según el budismo, este saber fundamental es el único capaz de liberar de su sufrimiento al ser humano. Hace más de dos mil quinientos años el sabio conocido como el Buda o el Despierto se negó a responder a determinadas cuestiones de orden metafísico aduciendo que no eran pertinentes para resolver el problema del sufrimiento y la insatisfacción del ser humano y, probablemente, también porque pensaba que tales preguntas conceptuales carecen de respuesta definitiva. En ese sentido —explicaba el Buda—, para abordar el problema del sufrimiento, la insatisfacción, la frustración y la inseguridad inherentes a nuestra existencia condicionada, no hace falta resolver cuestiones tales como si el mundo es real o irreal, si Dios existe o no, si el universo tiene una causa o es debido al azar, etcétera, puesto que todo ello no son sino etiquetas superpuestas a lo que sencillamente acaece, ya le asignemos la etiqueta de real o irreal, de material o espiritual, de divino o humano, etcétera. Asimismo, recordemos una vez más que el Buda recomendaba no seguir ciegamente a las personas, las tradiciones y los libros para afrontar nuestros problemas, sino hacer caso tan sólo de aquello que por experiencia directa demuestre ser beneficioso tanto para uno mismo como para los demás.

Y el llamado
Sutra del Corazón de la Madre Sabiduría (Bhagavati Prajna-paramita Hridaya Sutra) nos informa, en su mismo encabezamiento, que la sabiduría tiene corazón. ¿Pero en qué consiste, más exactamente, la sabiduría de la que nos habla esta famosa escritura que, dicho sea de paso, es la síntesis última de una serie de escrituras que desarrollan el profundo tema de la vacuidad, uno de los tópicos centrales de la filosofía budista? Todos los fenómenos externos e internos —incluido el propio yo— están vacíos o carecen de naturaleza propia, de identidad ontológica definitiva o de existencia independiente. Vacuidad también significa que no podemos aplicar etiquetas conceptuales inalterables a los fenómenos ni a nosotros mismos. La perfección de la sabiduría es la última y más elevada de las perfecciones, a falta de la cual el resto de perfecciones bodhisáttvicas (paciencia, generosidad, ética, energía y meditación) pierden su carácter trascendental.

Debemos precisar que, en la mayoría de los sutras de esta índole, el Buda apenas pronuncia palabra alguna, sino que permanece sumido en insondable contemplación, y es su silencio el que crea la atmósfera propicia para que los discípulos vayan investigando y descubriendo la verdad por sí mismos a través de la indagación mutua. El Buda, como acabamos de señalar, se encuentra sumido en una contemplación inefable y silenciosa, denominada «profunda claridad» que le permite percibir la verdadera naturaleza de los fenómenos. Entretanto, Subhuti, el anciano que representa la siempre recomendable mente indagadora del buen practicante budista, formula una serie de preguntas —cuya finalidad es esclarecer la naturaleza y la práctica de la sabiduría— al bodhisattva Avalokiteshvara, el gran ser de la compasión, ducho en la sabiduría trascendental consistente en ver la vacuidad de todos los agregados o componentes del cuerpo, la mente y el espíritu.

Entre esas preguntas, que nos transmiten la esencia de la sabiduría, se encuentra la siguiente: ¿Cómo debemos poner en práctica la sabiduría trascendental? Entonces el bodhisattva de la compasión responde concisamente que, para ello, hay que percibir la vacuidad de los cinco agregados (forma, sensación, percepción, volición y conciencia), concluyendo con la famosa fórmula que sostiene que forma es vacuidad y vacuidad es forma. La vacuidad y los cinco agregados son idénticos. ¿Y qué son éstos? La definición de los agregados que nos ofrece la escritura es una serie de negaciones (
sunyata-alakshana, anutpanna, aniruddha, amala, avimala, anuna, aparipurnah). Todo el nirvana y el samsara están contenidos en ese ramillete de negaciones apofáticas. El estado de sufrimiento y el estado de cesación del sufrimiento carecen, en última instancia, de características definitivas, no tienen origen ni cesación, no son puros ni impuros, ni deficientes ni completos, etcétera. Ésa es la naturaleza última de ambos. Desde el punto de vista de la vacuidad (si es que esto es posible porque la vacuidad consiste precisamente en no sostener ningún punto de vista), nirvana y samsara no son diferentes.

Por su parte, en el libro
La unión de mahamudra y dzogchen, donde comenta las palabras del tercer Karmapa, Rangyung Dorje, Thrangu Rimpoche nos dice lo siguiente:
Cuando vemos aquello que no puede ser visto y experimentamos nuestra mente tal cual es, ¿qué es lo que experimentamos? ¿Qué podemos descubrir? El tercer Karmapa continúa diciendo: «Dado que no es una cosa, no puede ser vista por los Budas». Cuando observamos nuestra mente no podemos encontrar nada o algo que podamos decir que existe. Podemos concluir que la razón de que nos descubramos nada es que la mente es demasiado sutil o demasiado pequeña para poder verla o bien que no estamos observándola de la manera correcta. Pero ésta no es la razón por la cual no encontramos nada porque, ni siquiera los Budas, quienes conocen, sin duda, el modo de observar la mente, no ven nada, ninguna cosa o algo que exista, cuando observan la mente. Sin embargo, Rangyung Dorje prosigue diciendo: «aunque no es nada, es la base del samsara y nirvana». Si bien cuando contemplamos la mente, no podemos encontrar nada, sin embargo, la mente es la fuente o la raíz de todas las experiencias... desde el punto de vista de la lógica ordinaria diríamos que si una cosa no es algo, entonces no es nada y es imposible que exista. De modo que ambas afirmaciones —el hecho de que la mente no sea ninguna cosa y, sin embargo, no sea equiparable a la nada— parecen contradictorias. Pero el Karmapa prosigue diciendo: «No es una contradicción, sino el sendero medio de la no-dualidad». En el presente contexto «no-dualidad» significa que la mente constituye la unión cognitiva de claridad y vacuidad. Y el Karmapa concluye diciendo: «Es el Dharmata o la naturaleza de la mente más allá de los extremos». La naturaleza de la mente trasciende cualquier tipo de noción, elaboración conceptual o extremo que podamos aplicarle. No es algo y no es nada, ni es ambas cosas al mismo tiempo, ni es algo que no sea ni algo ni nada. Cuando tratamos de describir dicha naturaleza utilizamos expresiones tales como «la unión de expansión y sabiduría», «la unión de vacuidad y claridad», «la unión de gozo y vacuidad», etcétera. 
Y no podemos dejar de citar, por último, a Padmasambhava, maestro de las enseñanzas sobre la naturaleza de la mente e introductor del budismo tántrico en el Tíbet:  
No hay que investigar la raíz de las cosas, sino la raíz de la mente. Cuando conocemos la raíz de la mente, el conocimiento de esa sola cosa nos permitirá liberarlas a todas. En cambio, si no conocemos la raíz de la mente, podremos conocer muchas cosas pero no entenderemos nada.