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LOCURA, ENFERMEDAD, MUERTE 

A diferencia de la sección titulada La loca sabiduría en el budismo, donde la loca sabiduría se entendía como una metáfora de la iluminación, en el presente nos ocuparemos de un cierto tipo de locura —más tangible— al que debe enfrentarse todo practicante de budismo que profundice en su camino. Nos referimos, en este caso, a la locura entendida como una desestructuración de los procesos cognitivos, vivencias alucinatorias, pérdida de referencia emocional, etcétera, que, según parece, deben atravesarse en determinados estadios del camino. Es célebre la afirmación de que, en el «sendero directo», se arrostran los peligros de la locura, la enfermedad y la muerte.

Esa afirmación, que parece tener en principio un carácter meramente metafórico, es, en realidad, una descripción literal de los pasos que jalonan el sendero de la meditación profunda. Esto es, en la práctica espiritual profunda, locura, enfermedad y muerte son hitos por los que ha de pasar inevitablemente el practicante. 

Expliquémonos. 

En una primera fase el meditador se enfrenta a un total desarreglo de la mente y los sentidos, a una deconstrucción de la realidad ordinaria que, aparentemente, recuerda a muchos síntomas de la demencia. En una segunda etapa, este desarreglo también afecta al cuerpo físico y pueden aparecer y desaparecer trastornos y dolencias de toda índole. La causa es que se produce una reestructuración de los sistemas orgánicos y energéticos. Una vez superada esta fase, el cuerpo del yogui ya no funciona como el de una persona común. Y, en el último estadio, el yogui debe afrontar el proceso de la muerte. Pero lo que se llama muerte, en el contexto de la meditación budista, es la meditación sobre la clara luz madre. Es la muerte especial o yóguica experimentada por todos aquellos que logran absorber sus aires vitales (pranas) en el canal central. 

Una vez que el yogui logra completar ese arduo proceso, está más allá de la locura, la enfermedad y la muerte. Y, para guiarnos en este recorrido yóguico por la locura, la enfermedad y la muerte, recurriremos al testimonio directo de la princesa Yeshe Tsogyal, discípula del maestro Padmasambhava y una de las más grandes practicantes del budismo tibetano. En su autobiografía, Yeshe Tsogyal va describiendo las diferentes fases por las que atraviesa el proceso de su sadhana mientras se halla retirada del mundo en un lugar llamado Paro Tsang, en Bután: 

«... Comencé mi práctica de las austeridades físicas. Al principio, sin ninguna consideración en cuanto al tiempo, practicaba la circunvalación y, posteriormente, también practiqué postraciones hasta que se pudo ver el hueso a través de la frente y la sangre y la pus manaba de las palmas de mis pies y manos. A pesar de ello persistí poniendo en práctica numerosos ejercicios purificadores del cuerpo... Al principio, mi cuerpo se fatigaba, agotaba y desgastaba. Después la esencia seminal de todas mis articulaciones se transformó en linfa y, con grandes fiebres, dolores, contorsiones e hinchazones, todos mis tendones se separaron, mis músculos se redujeron, y mi cuerpo perdió su vitalidad. Sin embargo, después que la esencia seminal venenosa húbose separado de la pura, mi conciencia se expandió y mi esencial seminal se transformó permanentemente en sabiduría, los nudos de mis tendones, venas y nervios se unieron, su flacidez se convirtió en tensión, su debilidad se curó, sus heridas fueron cicatrizadas, sus fisuras reunidas y sus junturas reparadas. De ese modo, establecí un adecuado fundamento para la práctica del tantra.»