
MAHAMUDRA Y NATURALEZA DE LA MENTE
Mahamudra significa literalmente “Gran Símbolo”. Etimológicamente, se explica el significado del término del siguiente modo, mu representa la sabiduría de la vacuidad, mientras que dra representa la liberación del círculo vicioso del sufrimiento (samsara). Maha (grande) quiere decir, por un lado, que no existe nada más allá ni práctica superior y, por el otro, que al tratarse de una sabiduría no-dual puede sintetizar o reunir en sí todas las dualidades o polaridades. En este último sentido también puede definirse al mahamudra como aquello que permite constatar la co-emergencia o la interdependencia de samsara y nirvana, de ignorancia y sabiduría, de forma y vacuidad, etc.
Aunque tradicionalmente las enseñanzas del mahamudra se remontan al Buda Shakyamuni, ligados indisolublemente a la transmisión y práctica de esta doctrina la historia nos ha legado los nombres y las biografías legendarias de ciertos personajes conocidos como los ochenta y cuatro mahasiddhas (grandes realizados) que, entre los siglos IV y XII, dieron un esplendor inusitado a las enseñanzas budistas en India. Entre ellos destacan nombres como Saraha, Maitripa, Savari, Tilopa (988-1069), Naropa (1016-1100), Marpa (1012-1097), Milarepa (1040-1123) y un largo etcétera formado por personalidades muy dispares que, sin embargo, compartían una decidida falta de apego hacia las formas, rituales y convenciones establecidas. La diversidad biográfica de las vidas de los mahasiddhas ilustra el principio básico del mahamudra de que tenemos que utilizar y desarrollar nuestro propia potencial y características individuales y no caer en la uniformidad espiritual.
Técnicamente hablando, aunque el mahamudra incluye prácticas para tranquilizar y estabilizar la mente y también la práctica de vipashyana (visión penetrante), una técnica específicamente budista compartida por todas las escuelas del hinayana, el mahayana y vajrayana y que podemos definir como una atención pura o una conciencia sin elección que trata de percibir sin elaboraciones conceptuales o reacciones emocionales la mera ocurrencia de cualquier pensamiento, emoción o sensación, exactamente tal como acontece e irrumpe en la conciencia .
Aproximación a la naturaleza de la mente
Por lo general, las enseñanzas del mahamudra comienzan con la exposición del punto de vista, la visión (drsta) o el fundamento que no conciernen exclusivamente a la teoría ya que la práctica sólo es la aplicación sostenida del punto de vista que, en el caso del mahamudra, versa sobre la verdadera naturaleza de la mente. Puesto que la mente es el principio, el medio y el fin de todas nuestras experiencias —incluidas las meditativas—, parece bastante lógico comenzar tratando de definir qué se entiende por mente.
Al contrario que en otros tipos de exposiciones budistas más intelectuales, como el Abhidharma, por ejemplo, donde frecuentemente podemos encontrar intrincados y sofisticados esquemas psicológicos, el mahamudra no se detiene en arduas elaboraciones psicológicas sino que, buscando los aspectos más accesibles, directos y prácticos, define a la mente simplemente como aquello que es consciente o capaz de conocer, añadiendo que dicha conciencia o capacidad cognoscitiva es esencialmente abierta, lúcida e ilimitada en sus manifestaciones.
Para ilustrar la apertura esencial de la mente se pone el ejemplo del espacio. Del mismo modo que el espacio lo penetra todo y contiene cualquier objeto, el espacio primordial de la mente es capaz de albergar cualquier contenido de conciencia. También se compara la apertura de la mente a la pureza y limpidez de un espejo. La conciencia carece de una forma, un color y una localización determinadas pero es capaz de reflejar exactamente todas las formas, colores y situaciones sin juzgar sobre la belleza o fealdad de los reflejos. Por otra parte, los objetos reflejados no pueden cambiar la naturaleza del espejo, del mismo modo, la apertura esencial de la mente no puede ser dañada o perdida. Está más allá de la creación y la destrucción, más allá de cualquier situación dual.
A pesar de la esencia vacía de todos los objetos externos e internos, las formas, los pensamientos y las emociones todavía siguen manifestándose. Esta emergencia constante es lo que se conoce como transparencia, luminosidad o lucidez de la mente que no deben entenderse en un sentido visual, por supuesto, sino como la potencialidad de la mente para conocer, percibir y experimentar. Según el ejemplo del espejo, esta lucidez es comparable al brillo o el poder de reflejar del espejo.
Por su parte, las diversas experiencias o contenidos de conciencia constituyen lo que se denomina dinamismo o energía de la mente, que puede compararse a las imágenes que aparecen proyectadas en el espejo. También se lo denomina conocimiento inobstruido distintivo. que es capaz de identificar y reconocer las diversas experiencias de las que la mente es consciente.
Asimismo, se compara la esencia vacía de la mente al océano, su naturaleza lúcida a la superficie oceánica y los distintos pensamientos, emociones y percepciones al oleaje. También se utilizan con la misma finalidad ilustrativa las imágenes del cielo (apertura), el sol (lucidez) y las nubes (contenidos de conciencia).
La verdadera naturaleza de la mente constituye la semilla del estado de buda o el potencial de la iluminación (tathagatagarba), común a todos los seres, sea cual sea su estado de desarrollo. Si se reconoce la semilla del estado de buda, se alcanza el despertar pero, si no se reconoce, se convierte en el fundamento de todo sufrimiento. Es por eso que el sabio Saraha utiliza la imagen de una misma semilla que puede producir dos frutos completamente distintos en sabor, color, etc.
La meditación mahamudra
Meditar en el mahamudra significa integrar y fusionar completamente todas nuestras percepciones externas e internas con las tres características esenciales de la mente: apertura, lucidez y dinamismo inobstruido. En consecuencia, en el mahamudra no intentamos potenciar la relajación, el éxtasis, el trance místico, el samadhi, ni alguna otra condición especial, sino tan sólo prestar atención al flujo natural de la experiencia sin añadirle ni quitarle nada.
No se trata de eliminar ni de cambiar los pensamientos, las emociones o las percepciones, sino de ver lo que son en realidad. Por eso, más que en hacer o en deshacer, más que negar unos aspectos o potenciar otros, el mahamudra nos enseña primero a identificar la conciencia y, luego, a ver cómo funciona. Digamos que en lugar de buscar el nirvana, el cielo o la salvación se trata de comprender qué son y cómo se desarrollan la confusión, el apego, la aversión, la frustración y, en suma, el sufrimiento del samsara. En este sentido, la práctica del mahamudra es enormemente sencilla, no promete paraísos ni amenaza con infiernos y no busca, siquiera, la iluminación (ya que ésta búsqueda es una redundancia cuando se trata de comprender el estado de no iluminación) sino que tan sólo aspira a la cordura primordial o, si se prefiere, un conocimiento exacto de nuestra situación real.
Al principio de la práctica se recomienda mantener períodos de meditación formal en cualquier postura sedente como la posición del loto o el medio loto. La respiración se deja en su estado natural, sin alargarla, sin hacerla más profunda ni manipularla en modo alguno. Asimismo, los ojos se mantienen completamente abiertos porque no se persigue la absorción ni la interiorización de la conciencia, pues la verdadera naturaleza de la conciencia se halla presente en cualquier actividad o nivel mental, tanto en el exterior como en el interior.
Como en toda aproximación integral a la meditación, el mahamudra también cuenta con métodos graduales como la atención a la respiración (anapanasatti), la concentración en la forma de un buda o en una sílaba semilla (bija-mantra) o cualquier otra técnica de pacificación adecuada para sutilizar y hacer más manejable la conciencia. Sin embargo, por sí sólo, ningún método artificial de pacificación mental puede conducirnos a la comprensión de la verdadera naturaleza de la realidad, ya que esa comprensión sólo puede ser posibilitada por la investigación y la indagación directas.
En lo que respecta a la actitud correcta de la mente, más afín a la visión del mahamudra, la tradición nos ha legado un buen número de referencias contenidas, en su mayor parte, en los doha o cantos espontáneos de realización que resumen los puntos básicos de la meditación del mahamudra. Entre estas referencias cabe destacar, por ejemplo, las denominadas seis enseñanzas de Tilopa:
Por su parte, Mipam Chökyi Uangchuk (Karmapa) afirma:
No rememores el pasado,
no anticipes el futuro,
permanece reposadamente
en la conciencia inmediata
con una lucidez no-conceptual.
Y, por su parte, Savari añade:
Puesto que la pureza innata de la mente no necesita corrección déjala en su estado natural sin aferramientos ni proyecciones.
Mientras que Saraha, máxima fuente de inspiración de esta tradición de enseñanza, sostiene:
Aquello que esclaviza al ignorante
le sirve al sabio para ser libre.
Por eso, si uno trata de dominar a la mente
sucumbirá a la esclavitud,
pero si la deja relajada,
las distorsiones se aclararán por sí mismas.
Todos los puntos referentes a la práctica del mahamudra pueden resumirse en dos elementos esenciales: sin distracción y sin meditación.
"Sin distracción" significa que la consciencia no debe agitarse ni aferrarse con ningún contenido externo o interno, pero también que no debe perder la lucidez y la intensidad perceptiva. Significa, en suma, la ausencia tanto de agitación mental como de pesadez. En este sentido, cabe decir que la meditación mahamudra no es un estado carente de discriminación en el que el reconocimiento de las formas y pensamientos haya de sumergirse en una especie de ausencia mental y donde nuestras actividades se desarrollen en una torpe “duermevela” sino que se caracteriza por su precisión en el discernimiento, su exactitud en la valoración y su eficacia en la acción.
"Sin meditación" no supone abandonarse a la indolencia ni rechazar la práctica meditativa formal sino la trascendencia de toda meditación intencional enfocada a un logro, sea del tipo que sea, una ambición que sólo nos separa aún más de nuestra condición original. Meditar sobre un concepto elaborado implica apartarse de la meditación sobre la verdadera naturaleza de la mente que, en esencia, es imparcial y se halla libre de toda aversión o aferramiento a las percepciones, pensamientos y emociones. No podemos concentrarnos deliberadamente sobre la naturaleza de la mente ni asignarle categoría alguna porque la mente carece de identidad y no es un objeto que pueda ganarse o perderse. En resumen, la esencia de la mente está más allá de la meditación elaborada o fabricada.
Por ello, cuando se manifiesta cualquier contenido mental hay que contemplarlo tal como es sin alimentarlo, rechazarlo o alterarlo. Simplemente hay que ser plenamente consciente de la instantaneidad de todas nuestras experiencias. De este modo, todo lo que sucede puede ser integrado de modo natural en el sendero contemplativo. Sin embargo, permanecer lúcidamente consciente no implica la división entre una mente observadora y otra observada ni que debamos ejercitar la atención como si hubiera un conocedor separado del objeto conocido, es decir, como si esa conciencia abierta y lúcida tuviera un centro, pudiera localizarse o emanara desde un lugar determinado del espacio o el cuerpo, lo cual sólo contribuiría a aumentar la dualidad. Por el contrario, hay que ser consciente al unísono tanto del polo objetivo como del polo subjetivo de la experiencia. Como no puedo ser consciente si no soy consciente de algo, tampoco puedo experimentar una conciencia simple, pura, aislada y separada de todo contenido de conciencia.
Otro punto fundamental en el mahamudra es la relación con el maestro. No obstante, esta relación no implica la asimilación ciega del mensaje de una escuela particular sino todo lo contrario. Es una investigación compartida donde el maestro confirma y explica al estudiante lo que éste ya ha vislumbrado por sí mismo en la meditación. Se trata, por tanto, de que el estudiante obtenga una experiencia personal sobre la naturaleza de la mente y no que se límite a tratar de reproducir o repetir lo que ha escuchado y leído. Por otro lado, la figura del maestro nos recuerda que, si bien la iluminación forma parte de nuestra herencia natural, siempre es saludable en cualquier camino de conocimiento mostrar humildad, respeto y agradecimiento.
Post-meditación: acción
La acción del mahamudra no está vinculada a ninguna noción ética o moral sino que constituye el modo de profundizar en la experiencia contemplativa expandiéndola al ámbito de todas nuestras experiencias cotidianas. Haya reposo o movimiento en la mente, sintamos placer o dolor, alegría o pesar, sufrimiento o felicidad, mantenemos ese estado en el que todo se deja "tal cual es". Eso es lo que se denomina "actividad espontánea" y no tiene nada que ver con la frivolidad o la superficialidad. De ese modo, la acción no persigue ningún propósito preconcebido, sino que se adapta naturalmente a las necesidades de cada situación. Por último, hay que tener en cuenta que esta clase de conducta impredecible, incesante y carente de esfuerzo, puede resultar en muchas ocasiones incomprensible para las mentalidades dominadas por la moralidad convencional tal como testimonian las biografías de los mahasiddhas.
Mahamudra significa literalmente “Gran Símbolo”. Etimológicamente, se explica el significado del término del siguiente modo, mu representa la sabiduría de la vacuidad, mientras que dra representa la liberación del círculo vicioso del sufrimiento (samsara). Maha (grande) quiere decir, por un lado, que no existe nada más allá ni práctica superior y, por el otro, que al tratarse de una sabiduría no-dual puede sintetizar o reunir en sí todas las dualidades o polaridades. En este último sentido también puede definirse al mahamudra como aquello que permite constatar la co-emergencia o la interdependencia de samsara y nirvana, de ignorancia y sabiduría, de forma y vacuidad, etc.
Aunque tradicionalmente las enseñanzas del mahamudra se remontan al Buda Shakyamuni, ligados indisolublemente a la transmisión y práctica de esta doctrina la historia nos ha legado los nombres y las biografías legendarias de ciertos personajes conocidos como los ochenta y cuatro mahasiddhas (grandes realizados) que, entre los siglos IV y XII, dieron un esplendor inusitado a las enseñanzas budistas en India. Entre ellos destacan nombres como Saraha, Maitripa, Savari, Tilopa (988-1069), Naropa (1016-1100), Marpa (1012-1097), Milarepa (1040-1123) y un largo etcétera formado por personalidades muy dispares que, sin embargo, compartían una decidida falta de apego hacia las formas, rituales y convenciones establecidas. La diversidad biográfica de las vidas de los mahasiddhas ilustra el principio básico del mahamudra de que tenemos que utilizar y desarrollar nuestro propia potencial y características individuales y no caer en la uniformidad espiritual.
Técnicamente hablando, aunque el mahamudra incluye prácticas para tranquilizar y estabilizar la mente y también la práctica de vipashyana (visión penetrante), una técnica específicamente budista compartida por todas las escuelas del hinayana, el mahayana y vajrayana y que podemos definir como una atención pura o una conciencia sin elección que trata de percibir sin elaboraciones conceptuales o reacciones emocionales la mera ocurrencia de cualquier pensamiento, emoción o sensación, exactamente tal como acontece e irrumpe en la conciencia .
Aproximación a la naturaleza de la mente
Por lo general, las enseñanzas del mahamudra comienzan con la exposición del punto de vista, la visión (drsta) o el fundamento que no conciernen exclusivamente a la teoría ya que la práctica sólo es la aplicación sostenida del punto de vista que, en el caso del mahamudra, versa sobre la verdadera naturaleza de la mente. Puesto que la mente es el principio, el medio y el fin de todas nuestras experiencias —incluidas las meditativas—, parece bastante lógico comenzar tratando de definir qué se entiende por mente.
Al contrario que en otros tipos de exposiciones budistas más intelectuales, como el Abhidharma, por ejemplo, donde frecuentemente podemos encontrar intrincados y sofisticados esquemas psicológicos, el mahamudra no se detiene en arduas elaboraciones psicológicas sino que, buscando los aspectos más accesibles, directos y prácticos, define a la mente simplemente como aquello que es consciente o capaz de conocer, añadiendo que dicha conciencia o capacidad cognoscitiva es esencialmente abierta, lúcida e ilimitada en sus manifestaciones.
Para ilustrar la apertura esencial de la mente se pone el ejemplo del espacio. Del mismo modo que el espacio lo penetra todo y contiene cualquier objeto, el espacio primordial de la mente es capaz de albergar cualquier contenido de conciencia. También se compara la apertura de la mente a la pureza y limpidez de un espejo. La conciencia carece de una forma, un color y una localización determinadas pero es capaz de reflejar exactamente todas las formas, colores y situaciones sin juzgar sobre la belleza o fealdad de los reflejos. Por otra parte, los objetos reflejados no pueden cambiar la naturaleza del espejo, del mismo modo, la apertura esencial de la mente no puede ser dañada o perdida. Está más allá de la creación y la destrucción, más allá de cualquier situación dual.
A pesar de la esencia vacía de todos los objetos externos e internos, las formas, los pensamientos y las emociones todavía siguen manifestándose. Esta emergencia constante es lo que se conoce como transparencia, luminosidad o lucidez de la mente que no deben entenderse en un sentido visual, por supuesto, sino como la potencialidad de la mente para conocer, percibir y experimentar. Según el ejemplo del espejo, esta lucidez es comparable al brillo o el poder de reflejar del espejo.
Por su parte, las diversas experiencias o contenidos de conciencia constituyen lo que se denomina dinamismo o energía de la mente, que puede compararse a las imágenes que aparecen proyectadas en el espejo. También se lo denomina conocimiento inobstruido distintivo. que es capaz de identificar y reconocer las diversas experiencias de las que la mente es consciente.
Asimismo, se compara la esencia vacía de la mente al océano, su naturaleza lúcida a la superficie oceánica y los distintos pensamientos, emociones y percepciones al oleaje. También se utilizan con la misma finalidad ilustrativa las imágenes del cielo (apertura), el sol (lucidez) y las nubes (contenidos de conciencia).
La verdadera naturaleza de la mente constituye la semilla del estado de buda o el potencial de la iluminación (tathagatagarba), común a todos los seres, sea cual sea su estado de desarrollo. Si se reconoce la semilla del estado de buda, se alcanza el despertar pero, si no se reconoce, se convierte en el fundamento de todo sufrimiento. Es por eso que el sabio Saraha utiliza la imagen de una misma semilla que puede producir dos frutos completamente distintos en sabor, color, etc.
La meditación mahamudra
Meditar en el mahamudra significa integrar y fusionar completamente todas nuestras percepciones externas e internas con las tres características esenciales de la mente: apertura, lucidez y dinamismo inobstruido. En consecuencia, en el mahamudra no intentamos potenciar la relajación, el éxtasis, el trance místico, el samadhi, ni alguna otra condición especial, sino tan sólo prestar atención al flujo natural de la experiencia sin añadirle ni quitarle nada.
No se trata de eliminar ni de cambiar los pensamientos, las emociones o las percepciones, sino de ver lo que son en realidad. Por eso, más que en hacer o en deshacer, más que negar unos aspectos o potenciar otros, el mahamudra nos enseña primero a identificar la conciencia y, luego, a ver cómo funciona. Digamos que en lugar de buscar el nirvana, el cielo o la salvación se trata de comprender qué son y cómo se desarrollan la confusión, el apego, la aversión, la frustración y, en suma, el sufrimiento del samsara. En este sentido, la práctica del mahamudra es enormemente sencilla, no promete paraísos ni amenaza con infiernos y no busca, siquiera, la iluminación (ya que ésta búsqueda es una redundancia cuando se trata de comprender el estado de no iluminación) sino que tan sólo aspira a la cordura primordial o, si se prefiere, un conocimiento exacto de nuestra situación real.
Al principio de la práctica se recomienda mantener períodos de meditación formal en cualquier postura sedente como la posición del loto o el medio loto. La respiración se deja en su estado natural, sin alargarla, sin hacerla más profunda ni manipularla en modo alguno. Asimismo, los ojos se mantienen completamente abiertos porque no se persigue la absorción ni la interiorización de la conciencia, pues la verdadera naturaleza de la conciencia se halla presente en cualquier actividad o nivel mental, tanto en el exterior como en el interior.
Como en toda aproximación integral a la meditación, el mahamudra también cuenta con métodos graduales como la atención a la respiración (anapanasatti), la concentración en la forma de un buda o en una sílaba semilla (bija-mantra) o cualquier otra técnica de pacificación adecuada para sutilizar y hacer más manejable la conciencia. Sin embargo, por sí sólo, ningún método artificial de pacificación mental puede conducirnos a la comprensión de la verdadera naturaleza de la realidad, ya que esa comprensión sólo puede ser posibilitada por la investigación y la indagación directas.
En lo que respecta a la actitud correcta de la mente, más afín a la visión del mahamudra, la tradición nos ha legado un buen número de referencias contenidas, en su mayor parte, en los doha o cantos espontáneos de realización que resumen los puntos básicos de la meditación del mahamudra. Entre estas referencias cabe destacar, por ejemplo, las denominadas seis enseñanzas de Tilopa:
No pienses, no concibas, no reflexiones,
no medites, no analices,
relaja la mente en su estado natural.
no medites, no analices,
relaja la mente en su estado natural.
Por su parte, Mipam Chökyi Uangchuk (Karmapa) afirma:
No rememores el pasado,
no anticipes el futuro,
permanece reposadamente
en la conciencia inmediata
con una lucidez no-conceptual.
Y, por su parte, Savari añade:
Puesto que la pureza innata de la mente no necesita corrección déjala en su estado natural sin aferramientos ni proyecciones.
Mientras que Saraha, máxima fuente de inspiración de esta tradición de enseñanza, sostiene:
Aquello que esclaviza al ignorante
le sirve al sabio para ser libre.
Por eso, si uno trata de dominar a la mente
sucumbirá a la esclavitud,
pero si la deja relajada,
las distorsiones se aclararán por sí mismas.
Todos los puntos referentes a la práctica del mahamudra pueden resumirse en dos elementos esenciales: sin distracción y sin meditación.
"Sin distracción" significa que la consciencia no debe agitarse ni aferrarse con ningún contenido externo o interno, pero también que no debe perder la lucidez y la intensidad perceptiva. Significa, en suma, la ausencia tanto de agitación mental como de pesadez. En este sentido, cabe decir que la meditación mahamudra no es un estado carente de discriminación en el que el reconocimiento de las formas y pensamientos haya de sumergirse en una especie de ausencia mental y donde nuestras actividades se desarrollen en una torpe “duermevela” sino que se caracteriza por su precisión en el discernimiento, su exactitud en la valoración y su eficacia en la acción.
"Sin meditación" no supone abandonarse a la indolencia ni rechazar la práctica meditativa formal sino la trascendencia de toda meditación intencional enfocada a un logro, sea del tipo que sea, una ambición que sólo nos separa aún más de nuestra condición original. Meditar sobre un concepto elaborado implica apartarse de la meditación sobre la verdadera naturaleza de la mente que, en esencia, es imparcial y se halla libre de toda aversión o aferramiento a las percepciones, pensamientos y emociones. No podemos concentrarnos deliberadamente sobre la naturaleza de la mente ni asignarle categoría alguna porque la mente carece de identidad y no es un objeto que pueda ganarse o perderse. En resumen, la esencia de la mente está más allá de la meditación elaborada o fabricada.
Por ello, cuando se manifiesta cualquier contenido mental hay que contemplarlo tal como es sin alimentarlo, rechazarlo o alterarlo. Simplemente hay que ser plenamente consciente de la instantaneidad de todas nuestras experiencias. De este modo, todo lo que sucede puede ser integrado de modo natural en el sendero contemplativo. Sin embargo, permanecer lúcidamente consciente no implica la división entre una mente observadora y otra observada ni que debamos ejercitar la atención como si hubiera un conocedor separado del objeto conocido, es decir, como si esa conciencia abierta y lúcida tuviera un centro, pudiera localizarse o emanara desde un lugar determinado del espacio o el cuerpo, lo cual sólo contribuiría a aumentar la dualidad. Por el contrario, hay que ser consciente al unísono tanto del polo objetivo como del polo subjetivo de la experiencia. Como no puedo ser consciente si no soy consciente de algo, tampoco puedo experimentar una conciencia simple, pura, aislada y separada de todo contenido de conciencia.
Otro punto fundamental en el mahamudra es la relación con el maestro. No obstante, esta relación no implica la asimilación ciega del mensaje de una escuela particular sino todo lo contrario. Es una investigación compartida donde el maestro confirma y explica al estudiante lo que éste ya ha vislumbrado por sí mismo en la meditación. Se trata, por tanto, de que el estudiante obtenga una experiencia personal sobre la naturaleza de la mente y no que se límite a tratar de reproducir o repetir lo que ha escuchado y leído. Por otro lado, la figura del maestro nos recuerda que, si bien la iluminación forma parte de nuestra herencia natural, siempre es saludable en cualquier camino de conocimiento mostrar humildad, respeto y agradecimiento.
Post-meditación: acción
La acción del mahamudra no está vinculada a ninguna noción ética o moral sino que constituye el modo de profundizar en la experiencia contemplativa expandiéndola al ámbito de todas nuestras experiencias cotidianas. Haya reposo o movimiento en la mente, sintamos placer o dolor, alegría o pesar, sufrimiento o felicidad, mantenemos ese estado en el que todo se deja "tal cual es". Eso es lo que se denomina "actividad espontánea" y no tiene nada que ver con la frivolidad o la superficialidad. De ese modo, la acción no persigue ningún propósito preconcebido, sino que se adapta naturalmente a las necesidades de cada situación. Por último, hay que tener en cuenta que esta clase de conducta impredecible, incesante y carente de esfuerzo, puede resultar en muchas ocasiones incomprensible para las mentalidades dominadas por la moralidad convencional tal como testimonian las biografías de los mahasiddhas.