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POSESIÓN DE LO OSCURO


Como suave espuma dispersa
o indómito golpe de mar contra la escollera de tu pecho,
deja irrumpir el sentimiento,
aquello que llaman deseo más puro,
fluido empuje que los hombres de roca detestan,
congelan en vitrinas de museo
o desecan entre áridos catecismos.

Borre el ímpetu de lo que palpita a raudales signos y garabatos
que los niños esbozan junto a la inmensidad.
Barran a tus acantilados de alta indiferencia
rumores de lenguas serenas o embravecidas,
insólitos rubores de mareas,
deleites vigorosos de agua esquiva,
quebradas gotas de tristeza
y hasta el tedio estancado en cualquier ribera.

Déjate bañar de lado a lado.
No renuncies al océano que bebes,
vives, viertes e intentas ahogar a veces.
Muéstrate blando, sí, irremediablemente blando,
pero con la fuerza constante de lo que fluye.
Pena o ríe, lucha o escapa, sueña o despierta,
mas siente sin pudor, con ardor siente,
que sin cesar te abrume el estremecimiento.

Déjate arrastrar. No tengas miedo.
Sube. Cae. Sobrenada. Sumérgete.
Sé todo tú. Sé plenitud.
Sé furia de tormenta y plácida brisa,
afán de luz y penumbra obsesiva,
dosel cristalino y lóbrego bajío.
Y abraza. Comprende. Ama con pasión
a quien en ti se complace incluso del dolor ajeno:
Leviatán, dragón, chivo expiatorio —el mal—,
tu compañero, tu igual, tu hermano...

Funde entonces lo que permanece dividido,
lo que es duro como hielo a la deriva.
Reúne al diablo con el símbolo.
Mezcla lo húmedo a lo seco.
Viértete, como ola, a lo más bajo
y, aunque naufragues sin remedio,
mantén el corazón siempre a flote.

Coma así de tu palma con sigilo,
deshecho en lágrimas de cocodrilo,
el voraz demonio submarino,
sagaz serpiente conmovida por el roce de una pluma de cariño
y, a la postre, mera naturaleza en marcha
reptando desde el fondo de un abismo
que, en plena posesión de lo oscuro,
harás por siempre tuyo.